La economía argentina contrastada II. La mala gestión de la deuda pública en Argentina. El problema de la acumulación de Letras de Liquidez.

Muy buenas al que se lo merezca. Al que no, que le den.

Continuamos con el análisis de los diversos problemas que aquejan a la economía argentina. Os recuerdo que estoy tomando el caso de la economía argentina para ver en profundidad algunos (si no todos) los problemas económicos que aquejan a las sociedades actuales, sus orígenes, causas y posibles soluciones. Todo ello aprovechando que Javier Milei, un outsider de la política tradicional argentina ha llegado al poder como presidente de la república austral. Un extremista ultraliberal que, en principio, no tiene (o no debería tener) reparos en aplicar cualquier tipo de solución. Es decir, es una persona que podría tomar medidas radicales para problemas radicales.

En línea con el anterior artículo, que versaba sobre el papel del Banco Central de la República Argentina (el BCRA o “becerra”) hoy vamos a tratar otro tema relacionado: la desorbitada acumulación en el sistema financiero de letras de deuda pública emitidas por sucesivos gobiernos argentinos.

0. Trasfondo.

En el anterior artículo vimos que uno de los principales problemas de Argentina es la inflación: el aumento generalizado y sostenido de los precios de los bienes y servicios existentes en el mercado durante un determinado período de tiempo. Javier Milei, como buen economista de la escuela austríaca, le echaba la culpa al BCRA por fabricar dinero sin ton ni son, porque compra toda la deuda pública que le pide el gobierno y eso equivale en la práctica a «fabricar dinero» (porque es dinero que consta en las cuentas del BCRA y, como veremos, también de los bancos privados). Si ese dinero consta en las cuentas del BCRA es susceptible (y en Argentina, más) de poder ser enviado a la Tesorería del país, principalmente para saldar déficits del Gobierno y ya desde allí se transforma en gigantescas cantidades de dinero que empieza a circular, aumentando los precios (inflación). Desde la Casa Rosada: «uf, he gastado muchísimo en contratar funcionarios este mes para tener estómagos agradecidos que me voten; ¡eh, BCRA, manda dinero a la Tesorería para poder pagar esos sueldos (en pesos)!». El becerra lo hace, el Tesoro paga a esos ñoquis con dinero «fabricado» en exceso… y al circular (cuando se lo gasten), subirán los precios. Hay miles de formas más de poner a circular ese dinero fabricado de estrangis, como concesión de préstamos estatales, asistencia directa para obras públicas, etc.

Como ya vimos, en realidad la culpa es del político que obliga al BCRA a comprar su deuda pública, cosa que es justo lo contrario de lo que debe hacer un banco central en condiciones pues cómo qué sé yo, el de Suecia o el de Chile. Los bancos centrales deben ser independientes porque si no, no funcionan: al contrario, contribuyen a joder la economía. Los bancos centrales (generalmente sus presidentes) deben poder encararse con el gobierno y decir “no te compro tu deuda” o «no asisto a tu Tesorería» porque no dependen de él: para ello deben tener sus propios estatutos al margen del organigrama estatal, gestionarse de manera autónoma y financiarse independientemente, etc.

El razonamiento de Milei y de muchos argentinos es que el BCRA está ya tan corrupto y acostumbrado a obedecer las órdenes políticas de los gobiernos que más merece la pena destruirlo y echarlo abajo. Desde mi punto de vista y el de la mayoría de economistas ortodoxos (los de la escuela austríaca son de un extremismo muy poco común en lo académico, de hecho rechazan el método científico y las Matemáticas para explicar los sucesos económicos aunque Milei quizás sea una excepción en lo segundo; de hecho se le ha criticado desde la misma escuela austríaca por ello), lo suyo sería reformar el banco central para hacerlo independiente de verdad pues eso, como en un país normal. Lo que pasa (lo siento, tengo que decirlo) es que aquí entran en juego factores que son más de índole cultural que meramente económica: el lograr un banco central independiente normal que no haga caso a todo lo que le dicen u ordenan desde el gobierno pues… no se logra de la noche a la mañana. Eso es un proceso que lleva muchísimos años y que es contraintuitivo si me descuidan: ¿un banco del Estado en el que el gobierno del Estado no pueda influir (como mucho en el nombramiento del presidente)? Desarrollar esa confianza y conseguir que el político, por costumbre o por formación entienda que no puede meter las zarpas en el banco de la nación… es mucho proceso, muy lento y que siempre está en peligro de descarrilar.

Pero a pesar de ello, personalmente no me quita el sueño el que no haya un banco central. Se puede vivir sin él. “Malamente, trás-trás”, pero se puede. Sería un caos, una ineficiencia administrativa, etc. pero siempre se pueden desarrollar sistemas burocráticos alternativos o parciales. Es más, si Milei lograra (que ni borracho lo creo) el dolarizar la economía argentina, ahí sí que el “becerra” sobraba. Pues porque se pasaría a depender de la moneda emitida por otro país. No necesitas mucho banco central para eso, la verdad; quizás reducido a un papel como ventanilla donde comprar deuda pública, institución de análisis estadístico, y cosas así. Pero sin verdadero poder sobre la política monetaria.

Insisto: el verdadero problema no es banco central sí o no. El verdadero problema y que deja en mantillas a esa falsa (porque es falsa) problemática… es lo que han provocado los políticos al imponer que el banco central (y muchas otras entidades públicas y privadas) compren toda la deuda que esos gobiernos emiten.

Agárrense, que vienen curvas.

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I. El problema.

Repetimos lo ya dicho: los sucesivos gobiernos argentinos han pretendido ganar votos/mantenerse en el poder a costa de gastar enormes cantidades de dinero en cosas como ayudas, subvenciones, obras públicas, crear puestos de funcionarios, financiar bajadas de precios de alimentos y combustibles, etc., etc., etc. En Argentina se llama (acogerse a un) “plan” a lo que en España llamamos (conseguir una) “paguita” y “planeros” a los “paguiteros”. Son términos muy ofensivos, no los empleéis a la ligera.

Tú como Estado tienes unas posibilidades para financiar todo eso: la recaudación de impuestos, los ingresos por empresas estatales (como las de hidrocarburos -YPF en Argentina), pedir préstamos a las instituciones internacionales (FMI, Banco Interamericano de Desarrollo) u otros países (préstamos pedidos a China o a Qatar, por ejemplo)… y emitir deuda pública (“vender” unos papelitos de colores donde pone que «el Estado argentino le pagará en fecha tal al portador tanto más sobre el capital» o fórmulas similares). Llega un momento en que nada de eso te basta si tu gestión económica es mala o si esos gastos se acumulan: no te basta con los impuestos que recaudas/ingresos varios y no te presta ni dios porque no se fían de que les pagues de vuelta y si lo hacen es con unas condiciones draconianas. Al final, muchísimos gobiernos, especialmente los más corruptos o cortoplacistas acaban recurriendo al antiquísimo truco de fabricar más dinero.

En el Mundo Antiguo eso se hacía falsificando monedas con metales más baratos en sus aleaciones; en el Renacimiento limando los bordes de las monedas y haciendo más monedas con el metal obtenido (aunque del mismo valor en el sello) y ya en la Era Contemporánea y con dinero papel, emitiendo desmesuradamente deuda pública, a cascoporro, “que es sólo para superar un bache” (y los baches se vuelven socavones), que “ya vendrá otro que lo pague” o para “aguantar de momento” (y el momento se eterniza).

Pero si tu gestión económica es mala, incluso con la deuda pública llega un momento en que nadie te la compra. No la compran tus propios ciudadanos ni las empresas de tu país, ni los inversores extranjeros, etc. O no la compran en las cantidades que TÚ dices necesitar.

Ante eso, ¿qué queda?

1. Joderte y no gastar por encima de lo que ingresas. O no mucho más. Lo típico de una persona o gobierno razonables. Muchos políticos se defienden diciendo que tienen que pedir prestado/emitir más deuda para financiar cosas importantes como escuelas, hospitales, etc. “¿Qué hago, José María? ¿Dejo de emitir deuda pública y me quedo sin hospitales?”

Claro, claro… Primero, que ya tengo una edad y difícilmente me van a convencer con eso porque llevo toda mi vida viendo y comprobando que el gobierno que pide muy por encima de sus ingresos normalmente no se lo gasta en atender a su pueblo… o “prioriza” cosas que son difícilmente justificables como aumentar el tamaño del Ejército para invadir otro país o comprarse yates.

Segundo, que el problema en sí no es que te veas obligado a emitir deuda pública. Prácticamente todos los países del mundo recurren a ello en un momento u otro. Se trata de mantener niveles sostenibles de endeudamiento. Se trata de no pedir tanto que te acabes arruinando: mucha atención social tendrías que dar tú a tus ciudadanos como Estado para arruinarte de esa forma. No conozco muchos casos de esos. Ninguno, de hecho.

Los más ultraliberales y fanáticos del puño cerrado dicen que no hay que endeudarse de ninguna de las maneras desde el Estado. Nada. Cero. Eso da para otro post pero baste decir que hace ya casi un siglo que la Economía Fiscal y Monetaria en general y como áreas de estudio dejaron de plantearse ese extremismo porque es prácticamente imposible de llevar a cabo en la práctica si tienes una organización social en forma de Estado moderno y, de hecho, es indeseable perder la oportunidad de crecer económicamente a partir de pedir un préstamo. Hay excepciones muy concretas de países que se pueden permitir el no emitir deuda o pedir prestado de alguna forma, como algún emirato del Golfo gracias a sus inmensos ingresos por petróleo pero eso mismo: son excepciones y temporales mientras les duren esas materias primas tan solicitadas. Un Estado tiene que tener, como un ciudadano, la oportunidad de poder endeudarse para poder obtener algo mejor que le redunde en mucho más beneficio: un ejemplo muy estudiado en Historia de la Economía son los endeudamientos estatales en el siglo XIX para conseguir tener una red de ferrocarriles. En muchísimos casos fueron un verdadero acierto económico (Japón, Alemania, EE.UU., incluso España).

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2. Palo y zanahoria. Obligar a comprar tu deuda pública u ofrecer incentivos desorbitados para que lo hagan.

Obviamente, éste es el caso argentino. Si no, no estaríamos aquí, je…

Recapitulando: llega un momento en que tus ingresos no te bastan para pagar tus polleces, las que sean y que nadie te presta o si lo hace es con unas condiciones que no te puedes permitir, etc. Pues emites deuda pública y la vendes al público, interior y exterior. Si eres más malo con la economía que un tiroteo en un ascensor… pues tampoco te la va a comprar nadie (o no en las cantidades que dices necesitar).

¿Qué hacen los sucesivos gobiernos argentinos?

A. Palo. Aquí tradicionalmente han sido más activos los peronistas, muy dados a las amenazas (p. e., con nacionalizaciones), escraches, presión en la calle con manifestaciones, denuncias judiciales, piqueteros, acusaciones en los medios de que los bancos o las empresas no son patriotas, etc. Básicamente, «coger del pescuezo» a los presidentes o encargados del banco central, de los bancos privados, y de las empresas públicas (y algunas privadas) y amenazarles/presionarles para que compren deuda pública.

«José María, ¿me estás diciendo que se presentan representantes del gobierno en las empresas privadas o públicas y «presionan» u obligan a los empresarios y gestores públicos a comprar deuda pública»?

Como lo estás leyendo. Bueno, a veces ni se presentaban. Con llamadas telefónicas bastan. Muy conocidos son los casos de amenazar/obligar a los fabricantes de automóvil a comprar deuda pública durante el kirchnerismo. Obviamente no se presentaban sicarios y apuntaban con una pistola en la cabeza a los empresarios. La «obligación» asumía formas como el llevarse los dólares conseguidos por éstas… a través de «canjearlos» por diversos instrumentos financieros de deuda como sucedió bajo Carlos Ménem. En honor a la verdad esas actitudes mafiosas sólo se han llevado a cabo durante las épocas más duras de las sucesivas crisis económicas argentinas y como «medidas» (je) relativamente poco comunes y desesperadas. Pero sí que es absolutamente cierto que eso ha sido generalizado y más que frecuente en el caso de las empresas públicas, donde el gobierno tiene muchísimo más poder ya que puede destituir a los funcionarios que no obedezcan. Una vez más lo que estáis leyendo: el gobierno argentino obliga a las empresas públicas a comprar deuda pública.

«P… pero… ¡¡¡eso va más allá de la corrupción!!! ¡Es mafia!»

No, si ya lo sé, ya. Yo te digo lo que pasa en Argentina, que pasa tanto que hasta se ha normalizado lo que vienen a ser cosas gravísimas que no se toleran fuera de ese país y claro, cuando se enteran en Europa, EE.UU., el Banco Mundial o el FMI, se llevan las manos a la cabeza.

Vamos a ver: que la situación de crisis económica sempiterna en Argentina no ha llegado a donde ha llegado por casualidad. Viene de una suma y acumulación de salvajadas una detrás de otra, y otra, y venga y sigue, doblo la apuesta en la siguiente, y así sucesivamente durante décadas y décadas.

Y a todo eso recordemos que se le suma la brutalidad de que los gobiernos argentinos obligan a su banco central a comprar su propia deuda.

A ver, aclaremos eso último. Técnicamente hablando, el BCRA como banco central lo que hace es vender la deuda pública que emite un gobierno. Es decir, una empresa, un banco privado o yo como ciudadano nos podemos plantar en las sucursales del Banco de España y comprar deuda pública en sus ventanillas (se puede hacer online o a través de intermediarios). Hasta ahí, normal. Es más, un banco central puede comprar de esa misma deuda que el Estado emite. Es un cliente más que está comprando un producto que es, a priori, seguro y atractivo (todo un país responde por esa deuda). La palabra clave es puede. ¿Qué es lo que pasa con el BCRA? Que, a diferencia de otros bancos centrales normales, compra obligado, quiera o no la deuda que el gobierno no consiga colocar a empresas, bancos privados, ciudadanos, extranjeros, etc. Normalmente un banco central sólo compra hasta donde le dice su hoja de balances que puede hacerlo (porque a partir de ese límite, se empieza a causar inflación). Imaginaos que el gobierno sueco se llena de corruptos y empieza a emitir deuda pública sin piedad. Sí, su banco central es la ventanilla donde se puede comprar esa deuda pero que si los técnicos del Banco de Suecia ven que comprar eso es un dislate inflacionario… NO COMPRAN. Es más, «ponen a parir» al gobierno sueco en sus informes y en la prensa si es que no emprenden acciones judiciales por estar causando inflación (hay países donde se puede hacer por sus leyes anticorrupción).

B. Zanahoria. Aquí tradicionalmente han sido más activos los radicales (los rivales tradicionales de los peronistas en las urnas), mucho mejor conectados con los ricos y la banca, a la que han ido “llorando” y suplicando para que compren deuda pública emitida por ellos y, para facilitarlo, lo han endulzado con unas condiciones exageradas, ruinosas para las arcas argentinas, de bajada de pantalones… que no se ven en ninguna otra parte del globo terrestre.

En realidad, ambos grupos electorales han mezclado ambos “métodos” en un momento u otro (o en mayor o menor grado), no se han dedicado sólo a uno.

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Pues con ese “panorama” espero que ustedes entiendan el porqué hay tantísima inflación en Argentina. El gobierno emite deuda y se la compran sí o también, quieran o no quieran (muchos de) los afectados. Y, lo que es peor, con unas condiciones que hacen que el dinero, ya de por sí abundante y con tendencia inflacionaria, aumente más aún.

Vamos a ver de dónde sale todo esto pero quiero, antes de empezar, hacer hincapié en una cosa: si bien toda esta cuestión de la espiral inflacionaria a través de la emisión de deuda pública se disparó desde 2002, tras la gran crisis económica argentina del 2001, eso no empezó entonces. Lleva sucediendo desde que Argentina se independizó.

Lo que estáis leyendo. Eso de que un gobierno argentino pida préstamos disparatados, emita deuda pública con condiciones de saldo, el siguiente gobierno lo “herede” y éste lo “solucione” o, mejor dicho, lo empeore endeudándose (bajo la forma que sea) más y en peores condiciones, viene desde el mismísimo momento en que Argentina se independizó.

El primer préstamo de financiación externa firmado por la Argentina recién independizada fue en 1824. Se terminó de pagar OCHENTA años después, en 1903. Y costó ocho veces más de lo que se pidió.

Halperín Donghi, Tulio (2005). «III». Guerra y Finanzas – En Los Orígenes del Estado Argentino 1791-1850. Ed. Prometeo.

Es, precisamente, una de las características de la problemática económica argentina: cuando uno estudia su Historia, se da cuenta de inmediato de que prácticamente todos los gobiernos (de derechas, izquierdas, justicialistas, radicales, dictaduras, gobiernos técnicos, incluso) han hecho uso y abuso del pedir prestado, de emitir deuda pública (externa e interna), de forzar a comprarla o venderla de saldo, de pasarle la bola al siguiente gobierno, de serles más importantes el mantenerse en el poder que la inflación que generaban, de postergar las soluciones con “parches”, etc. Espero que os hagáis una idea general.

Lo cierto es que Argentina no ha estado sola en esta situación, especialmente si estudiamos su entorno latinoamericano. No es un pecado exclusivamente suyo. Muchos otros países vecinos han tenido este problema de gastar más de lo que se ingresa y solucionarlo de formas heterodoxas que acaban generando inflación y destrucción económica. Pero si algo distingue al caso argentino es que en el país austral se ha estado haciendo desde su mismísima independencia, de manera más o menos continua, aumentando más y más… pero con la característica añadida de que Argentina, con sus más y sus menos, tenía una capacidad económica (fue uno de los países más ricos del mundo a principios del siglo XX fruto de su riqueza ganadera y cerealera) que le ha permitido sortear eso más tiempo que a algunos de sus vecinos. Argentina es la historia viviente de la expresión “darle patadas al balón hacia adelante”. Como sea, a trancas y barrancas, y haciendo cada vez más uso y abuso de todo tipo de parches y de soluciones de locos, entró en una decadencia económica allá por los años treinta, notable desde los cincuenta, inocultable desde Isabel Perón y la Dictadura del Triunvirato… hasta estallar en 2001.

“Pero, José María, si eso llega hasta el día de hoy, ¿por qué te paras en esa crisis en concreto? ¿Habrá sufrido crisis Argentina que te paras en ésa?”

Porque es a partir de ésa cuando el problema entra la más absoluta de las locuras.

“¿¿¿Más aún???”

Más aún.

De hecho, la inflación actual en Argentina está falseada: es más baja de lo que debería.

“¿Qué diceeeeeees? ¡¡¡Si está en un 148% a noviembre de 2023!!!”

Ahora lo vas a ver.

Cuando a principios de 2002, tras el estallido de la convertibilidad, la disparada del dólar amenazaba con una nueva hiperinflación, el entonces presidente del BCRA, Mario Blejer pensó que la única forma de ganarle al miedo –que impulsaba el vuelo del dólar- era con la codicia. Y lanzó las “Letras del Banco Central” (Lebacs).
Así, con tasas superiores al 100% anual, Blejer y el entonces economista-jefe del Central, Eduardo Levy Yeyati, hicieron más atractiva la tenencia de pesos. Las Lebacs vieron la luz el 13 de marzo de 2002. Mediante un esquema monetario “extremadamente rudimentario”, como el propio Levy Yeyati recuerda en el libro “La resurrección”, los depósitos voluntarios en un sistema bancario que pocos meses antes había sido sacudido por el “corralito”, subieron de $90 a 700 millones entre marzo y mayo y a fines de ese año ya eran de $7.000 millones. [Nota: “rudimentario”, dice el colega; más propio de hijos de puta, diría yo]
Así se pudo frenar e incluso hacer retroceder al dólar: de $3,80 en marzo/abril de 2002 a $2,82 el 25 de mayo de 2003, cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia de la Nación. Por entonces, el stocks de Lebacs, el “pasivo remunerado” del BCRA, era de $5.709 millones, equivalente a USD 2.024 millones.
En los poco más de doce años y medio de gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, esa deuda siguió aumentando. El 10 de diciembre de 2015, cuando asumió Mauricio Macri, era de $323.935 millones, esto es, un 5.574% más. En dólares, había pasado a de USD 2.024 millones a unos 36.000 millones al tipo de cambio oficial y a entre 26.000 y 27.000 millones al tipo de cambio libre.
Durante la gestión macrista los pasivos remunerados siguieron creciendo, por las muy altas tasas de interés con que el gobierno pretendió combatir la inflación y alentó en cambio el llamado carry-trade de inversores y fondos de inversión que entraban con divisas en busca de altos intereses en pesos para volver a convertirlos a dólares y salir, cosa que hicieron en masa a partir de marzo/abril de 2018, cuando el aumento de las tasas de interés internacionales y la sequía que afectó la campaña agrícola 2017/18 provocó una estampida de inversores y una sequía de crédito internacional que llevó al gobierno a buscar refugio en un mega-crédito del Fondo Monetario Internacional.
Parte de la deuda fue transferida al Tesoro, el BCRA dejó de emitir Lebacs (cuya accesibilidad más allá de los bancos había provocado el estupor del FMI) y empezó a emitir Leliq, pero solo entre los bancos. La masa de Leliq volvió a crecer rápidamente, a medida que el Central aumentaba las tasas para combatir la inflación.
El 28 de julio, dos semanas antes de las PASO cuya contundencia anticipó el resultado electoral de octubre, el candidato Alberto Fernández dijo por TV que de llegar a la presidencia daría un aumento del 20% a los jubilados con los intereses –que dejaría de pagar- de las Leliq. Era ya imposible que la codicia pudiera con el miedo. El 10 de diciembre de 2019, cuando asumió el actual gobierno, los “pasivos remunerados” del Banco Central sumaban $1.092.660 millones. Redondeando, y en breve, 1,1 billones (millones de millones) de pesos.

Luego sucedió lo contrario de lo que había dicho Fernández. El gasto en jubilaciones perdió respecto de la inflación –la Anses solo compensó a los jubilados de menores ingresos, volviendo a achatar la pirámide previsional- y la masa de Leliq explotó.
Los “pasivos remunerados” eran al jueves pasado, 28 de septiembre, de poco más de $22 billones contando Leliq y Notaliqs ($15,1 billones), Pases (otro “instrumento de política monetaria”, de aún más corto plazo, $6,9 milllones) y una miríada de otros instrumentos, incluidas Lebacs, que la actual gestión monetaria volvió a emitir, incluso en dólares.
Esos $22 billones a una tasa del 118% anual, significan que la deuda del Central aumenta a razón de más de $2 billones (millones de millones) por mes. Desde el 10 de diciembre de 2019 al jueves pasado el aumento de esa masa de pesos represados fue de 1.916%; en dólares bordea lo USD 63.000 millones al tipo de cambio oficial y supera los USD 27.500 millones al tipo de cambio libre.
Si la comparación se hace en pesos y contra mayo de 2003, la magia del “interés compuesto” hace que el aumento supere la escala de comprensión humana: 385.777% en 20 años y 4 meses, causa y reflejo del descontrol fiscal y monetario y de la inflación que asola al país.
Esa deuda es el principal problema que enfrenta cualquier plan económico y en especial una eventual dolarización: una cosa es conseguir USD 10.000 millones para canjear la “base monetaria”, y otra conseguir cerca de USD 40.000 millones para rescatar también la deuda del Central.
El BCRA, cuya misión es preservar el valor de la moneda, llegará a diciembre “absolutamente quebrado”, dijo el economista Aldo Abram, en una reciente entrevista de Infobae. No puede, sin riesgo de hiperinflación, cancelar esa deuda. Y “limpiarla” con un nuevo “Plan Bonex” o algo parecido podría provocar quiebras bancarias y/o pérdidas masivas a los depositantes. Razón por la cual ningún candidato se anima a plantear una salida de ese tipo.
Fuente: https://www.infobae.com/economia/2023/10/03/que-son-las-leliq-y-por-que-son-un-problema-para-la-economia/

Resumiendo y en castellano. En 2002 los economistas estatales se encontraron con que todo dios en Argentina se refugiaba en el dólar. Para que la gente volviera a preferir el peso sobre el dólar (y, claro, la deuda que se pudiera emitir en pesos sobre la misma en dólares), esos economistas del gobierno propusieron la creación de diferentes instrumentos financieros (“letras”: deuda pública, vamos) con características exageradamente atractivas para el comprador. Básicamente: ¡¡¡ofrecían intereses de más del 100%!!! La locura padre. Obviamente, los agentes económicos (empresas, bancos, ciudadanos) hacían cuentas y decían: “dale, boludo, me sale rentable pasarme a pesos”. PERO… eso implica que aumenta un horror y terror la masa monetaria. Imagínate meter tus ahorros de un millón de pesos y al año (o el plazo que sea) tener más del doble. Muy bonito en apariencia pero eso es… inflación a mansalva: se disparatan los precios. Cuando se cumplan los plazos, los dueños retiren ese dinero y éste salga a circular van a subir los precios una puñetera barbaridad. Inflación. ¿Qué “solución” daban desde el gobierno? Ofrecer más dinero aún para que los tenedores de esa deuda la mantuvieran quieta en las cuentas de los bancos y así evitar durante un poco de tiempo más que saliera a circular. La palabra “barbaridad” se queda ya corta. Como podéis ver es patada hacia adelante una y otra vez a la espera, no sé, ¿de un milagro? No, más bien de aguantar hasta las próximas elecciones y que le estallara a otro.

En el artículo de infobae mencionan otro hecho nada desdeñable y es que llegó un momento en que las tasas eran tan altas que venían muchos “inversores” extranjeros (especuladores), muchas veces incluso los mismos argentinos, todos ellos pasaban sus divisas más fuertes, generalmente de dólares a pesos, se esperaban a que cumpliera el plazo, recogían los pesos… y los cambiaban por dólares antes de irse con un beneficio tremendo y en contra de las arcas argentinas. Lo que se llama «bicicleta financiera«. Bestialidad absoluta. Una ruina de las que hacen época.

En suma: la base monetaria ya está tremendamente hinchada pero más aún que debería estar; las cuentas del banco central, de los bancos privados y empresas y muchos particulares están llenos a rebosar de esas letras de deuda pública con cantidades numéricas en pesos astronómicas. Eso no es un tsunami. Eso es el meteorito que acabó con los dinosaurios.

Como eso salga y, más aún, de sopetón, a circular a la calle, se lo lleva todo por delante. Una hiperinflación es lo mínimo que se puede esperar.

A 21 de noviembre, la masa monetaria en letras era de 23,7 BILLONES (con “b” de “burro”) de pesos, a una tasa de 118%, que generaba más de 2 BILLONES (con “b” de “bestialidad”) más al mes. Por comparar, eran $9,1 billones un año antes, y en aquel entonces eran equivalentes a USD 63.700 millones al tipo de cambio oficial; y a USD 23.900 millones al cambio libre de ese momento. A esa fecha la base monetaria era de $7,7 billones. Fuente: estadísticas del BCRA.

Estamos hablando de que hay, “esperando” en las cuentas a salir, casi cuatro veces más dinero que la base monetaria (del año pasado).

No tengo palabras para describir la magnitud del desastre.

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II. Soluciones (o lo más parecido).

“Bueno, ¿y qué soluciones tenemos los argentinos?”

Ninguna, estáis jodidos.

Asumiendo y partiendo de esa base, vamos a ver qué se podría hacer para «desarmar la bomba de relojería de las Leliqs», como dicen en la prensa argenta.

1. Teoría del shock: a tomar por culo. El Estado deja de pagar por esas letras, que se transformen en dinero que salga a la calle y que sea lo que Dios quiera. En algún momento hay que terminar con la agonía y más vale acabar cuanto antes no es por nada sino porque por cada mes que pasa, eso aumenta más y más y más (y más grande se hará la sacudida inflacionaria).

Básicamente, te comes una hiperinflación de las gordas pero se acabó el sufrimiento.

Obviamente puede ser por grados, quiero decir que lo mismo el gobierno se puede plantear cosas como en vez de cortar por lo sano y decir “ofrezco un 0% porque mantengas ese dinero en el banco” a ser más “gradual” y ofrecer tasas más normalitas como, yo qué sé, un 30% para que algunos se piensen el no sacar todas esas cifras a la calle o no hacerlo de sopetón, etc. Ofrecer un poco de amortiguamiento. Pero soy muy escéptico acerca de que «la gente» (individuos, banca privada, empresas públicas) no saque de sopetón ese dinero si no se les ofrece un muy buen incentivo.

Lo que está claro es que con esta opción, hay que asumir que va a haber una monetización de esas gigantescas cifras ya sea en mayor o menor grado. Se va a aumentar el dinero circulante sí o también. Y desde mi punto de vista si yo fuera argentino y teniendo en cuenta el “historial” de la economía argentina lo normal es que sacara todo ese dinero junto, a la vez y rápido que pierde valor a las horas si no a los minutos, y a gastarlo en lo que sea pero gastarlo porque siempre va a ser mejor gastarlo que ver cómo la inflación devora su valor casi al momento.

¿No hay nada positivo? La buena noticia es que, en teoría, eso obligaría a buena parte si no a todos los agentes económicos con esos instrumentos financieros a mover el culo para empezar a ganar dinero en vez de vivir de las rentas como hasta ahora. Eso debería hacer “moverse a la economía”: crear más empresas, financiar más ideas, apostar más por la creación de economía física, activa, no depender tanto de tener en el banco acumulado dinero que se multiplica solo y de manera segura. En teoría. Lo mismo la gente apuesta por asaltar comercios, suicidarse o armar una guerrilla.

¿Y lo más negativo? Aparte de la hiperinflación, esto es, el aumento generalizado de los precios a niveles estratosféricos, que también significaría el final definitivo del peso como divisa. Muerto y enterrado. Ya no habría forma de recuperar la confianza en la divisa (no la hay ya, de hecho, a día de hoy). Casi seguro que se pasaría a una dolarización de facto: esto es, uso dólares hasta donde llegue y si no puedo, trueque, euros, yuanes chinos y en última instancia y para comprar algún caramelo en los quioscos, pesos. El Estado argentino dejaría de tener una moneda propia que pudiera gestionar de manera mínimamente funcional (ya veremos los pros y los contras de ello cuando hablemos de la posible «dolarización de Argentina» que quiere Milei).

Prácticamente nadie quiere este escenario extremo.

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2. Convertir toda esa inmensa masa de dinero almacenada en dólares. Básicamente, “comprar en dólares las letras” o, en lenguaje argentinómico, “rescatar en dólares las letras”. ¿Se podría? En los sueños más húmedos de Luis Caputo, el hombre nombrado por Javier Milei como ministro de Economía, sí.

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Según él, “sólo” necesitaría entre 24.000 y 64.000 millones de dólares para ello. Ahí, con dos cojones.

¿Por qué ese arco tan amplio? Porque dependiendo de a cómo esté la relación peso-dólar será más o menos barato hacerlo. La intención, pues, del gobierno de Milei sería devaluar el peso adrede para facilitar el poder rescatar/comprar esas letras. Devaluarlo tanto como hasta poder permitírselo con 24.000 millones de dólares que dicen ellos es una cifra manejable sin joder a los argentinos por todos sus orificios.

Ya empezar pidiendo 24k millones está feo pero es que, encima, hay que tener en cuenta que, para lograrlo, tendría que devaluar el peso empobreciendo con ello a toda Argentina al hacer subir (sí, hijos, sí, máááás inflación) los precios y, vamos a admitirlo, que de dónde carajo sacan él o nadie 24.000 millones de dólares sin tener reservas en el BCRA y con una deuda externa de 300.000 millones de dólares.

La mayoría de economistas argentinos cree (pero no se está seguro de nada) que si Caputo no logra esos dólares pidiendo prestado fuera, en el extranjero (altísimamente improbable, todo posible prestamista de esas cantidades están escarmentadísimos con lo que es Argentina en lo económico; China ya ha dicho que ni le permite el swap con yuanes por la retórica antichina y anticomunista de Milei), tendría que sacarlos forzosamente de quitárselos al campo argentino (la única gran fuente de riqueza en divisa fuerte de Argentina a esos niveles), arrancarles las reservas en dólares a los bancos privados que las tengan, vender las embajadas argentinas en el extranjero, privatizar YPF, sacarlos del ahorro fiscal que van a suponer los recortes bestiales de Milei en el presupuesto o una combinación de todas esas medidas. Sería muy extraño que un gobierno de ultraliberales y furibundos antiperonistas recurrieran a las “herramientas” de éstos (robarle sus ingresos en dólares al campo, amenazar a la banca, etc.) pero cosas más raras habremos visto en Latinoamérica.

Insisto: lo importante de toda esta opción es que a) hay que sacar de donde sea, un mínimo de 24.000 millones de dólares que b) se sumarían a la deuda global del país que hay que pagar y que ya es MONSTRUOSA de por sí y c) aunque se lograsen, también harían subir la inflación al pasar al circulante aunque hay que reconocer que no es lo mismo que entren 24.000 millones de dólares a que entren 23,7 billones de pesos. Pero que hagas lo que hagas, la cagas.

En mi opinión, lo mejor que podría hacer Caputo es sentarse con los representantes de los productores agrícolas y la banca y suplicarles que les vayan dando los dólares que él ya se los devolverá cuando pueda y con algún interés de más, en cómodos (para el Estado) plazos de verdad de la buena que esta vez sí se cumplirá que los libertarianos son otra cosa distinta de los peronchos y los cabezas de termo, séanme patriotas por Dios se lo pido. Es decir, desactivar “la bomba de las Letras”. Lo ideal, de una sentada o lo más probable: poco a poco, siendo más gradual. El problema es que todo lo que no se rescate de una vez sale a circular de sopetón si el gobierno ya no da buenas tasas (inflación ahora) o seguirá en las cuentas engordando si el gobierno sigue dando buenas tasas (más inflación más adelante). Sería muy extraño que campo y banca se rascaran el bolsillo para lo ideal: darle a Caputo los 24.000 millones de una sentada. Lo más probable es que se lo dieran (si lo hacen) de a poco.

No hay ni la más mínima garantía de que un plan tan complejo, de hilar tan fino y con tantos factores en juego que lo pueden hacer ir al garete, funcione. Por ejemplo, imaginaos que los del campo dicen que nones que hay sequía o que los banqueros dicen que de acuerdo, pero quiero tasas en dólares del 30%.

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3. A la improvisación. Básicamente, salir del atolladero como se pueda, combinando shock y gradualismo. ¿Que junto 5.000 millones de dólares con campo+préstamos+ingresos estatales? Pues buenos son. El equivalente en pesos que rescato. Sí, claro, me faltarán todavía 19.000 millones de dólares. Pues podría hacer cosas como que la mitad te sigo ofreciendo buenas tasas en pesos para que las retengas un poco más de tiempo (tiempo que me das para respirar) en las cuentas y el resto pues no puedo, que salga al circulante y que sea lo que tenga que ser pero ya por lo menos no serán (más de) 23,7 billones de pesos de sopetón.

Como podéis ver da igual la opción, es imposible físicamente no verse bien bien jodido.

A final de cuentas es una elección del tipo: muere ahora sin sufrimiento o muere más adelante sufriendo pero vives un poco más.

“¿Cuál sería tu opción, Chema?”

No puedo dar una más que nada porque la situación es tan caótica y fluctuante que no sé cuál podría ser menos nociva. Fijaos que no estoy diciendo cuál sería la mejor sino la menos mala. Aunque debería decir «la menos horrible».

A lo que me vengo a referir es que hay tantísimas cuestiones interrelacionadas que no sé cuál podría tirar hacia un lado o hacia otro. Pongo un ejemplo: según Caputo necesitaría 24.000 millones de dólares para rescatar las letras, ¿no? Imaginaos por un casual que consigue, de milagro y después de llorarle al campo, 9.000 millones. Podría usarlos para rescatar parte de esas letras, sí, pero… ¿y si mañana le surge otra prioridad? Por ejemplo, pagar un plazo con el FMI de lo que le debe del préstamo que firmó Macri, pagar insumos importantísimos en dólares para la economía argentina o que tenga, por cojones, que atender un pago en dólares imposible de postergar como la deuda contraída por el kirchnerismo de 16.000 millones de dólares por la mala gestión en la expropiación de YPF.

No puedo dar una respuesta.

Son los responsables, los gestores, los que tienen que tomar la decisión… y asumiendo que da igual lo que hagan, la «solución» va a causar mucho, muchísimo daño al país.

Eso sí, en mi opinión (estrictamente mía), la primera opción es la más segura y yo diría que rápida pero es muy destructiva, se podría llevar al país por delante (es lo malo de las terapias de shock), la segunda es dificilísima de llevar a cabo y no termina de arreglar nada, es una semipatada hacia adelante y, vamos a admitirlo, la cosa están tan caótica que al final es más que probable que salga como sea, improvisando, pero la cuestión es hacer algo (opción 3).

En lo que estoy seguro es que no hacer nada no es una opción. Eso es dejar aumentar la gravedad del problema para que, al final, igual acabe estallando pero de manera más grave, con una magnitud mucho mayor.

El tiempo corre en contra de los argentinos.