Desenmascarando a malos lectores y falsos fans. ¿Es cierta la cita del diálogo entre Jorge de Burgos y Guillermo de Baskerville (en ‘El Nombre de la Rosa’) que circula por internet? Los peligros de la mala lectura y las redes sociales. Falsas citas (IV).

Buenos días al que se los merezca.

Sí, hoy toca otro rapapolvos. Éste va dedicado, una vez más, a algunas de mis «víctimas» favoritas: los malos lectores y los malos usuarios de las redes sociales. Vamos a tratar el desmentido de oooootra cita falsa, sólo que ésta no es de índole académica ni para desmentir bulos sino (agárrense) sobre Literatura y Cine.

Lo que estáis leyendo.

Si de por sí no me da la vida para desmentir citas falsas sobre Einstein o sobre Economía, ya es que me las encuentro hasta sobre obras literarias. Manda huevos.

A saber. Ésta es la cita falsa de marras que me he encontrado:

El abad ciego: «¿Qué es lo que realmente quieres?».
Guglielmo de Baskerville: «Quiero el libro griego que, según tú, nunca se ha escrito. Un libro que es todo sobre comedia. Probablemente la única copia conservada del libro de poesía de Aristóteles. Hay muchos libros que tratan de comedia. ¿Por qué es tan peligroso este libro?».
El abad responde: «Porque pertenece a Aristóteles y te hará reír».
Baskerville: «¿Qué es inquietante en que los hombres puedan reírse?».
Abad: «La risa mata el miedo, y sin miedo no puede haber fe. El que no teme al diablo ya no necesita a Dios».
(«El nombre de la rosa», Umberto Eco).

Hay más. Muchas más. Aquí tenéis una captura de pantalla de una búsqueda por internet:

Falsas citas nombre rosa

Observad que, buscando la cita por internet, no aparecen resultados textuales que lleven directamente a la obra literaria o al guión de la película de donde supuestamente procede. La falsa cita de marras viene de (redoble de tambores)… sí, de redes sociales como facebook, twitter o instagram. Para sorpresa de nadie con dos dedos de frente y un mínimo de cultura.

De hecho, me la encontré por primera vez en el muro de facebook de uno de mis contactos. Uno, para marras, que se dedica a escribir libros y a hablar sobre Literatura y que se las da de cinéfilo, también). No voy a decir quién es por no ponerle la cara colorada, que admito que me sabe mal.

Pero que eso me ha enfurecido. ¿Por qué? Porque al investigar de dónde venía la cita, me he encontrado con que muchos de los que la prodigan por internet han resultado ser de esas personas que se precian mucho en sus redes sociales de ser amantes de los libros, de tener una gran cultura (al contrario que «la masa aborregada e inculta»), de esos que predican que hay que leer, y leer mucho, y obras de calidad.

Eso en sí mismo está bien. Pero, so cabrón, predica con el ejemplo.

No vayas por ahí dándotelas de superior al que no lee y luego «te comas» una cita falsa sobre una obra literaria famosa que supuestamente te has leído y de la que eres fan declarado… y, encima, la vayas prodigando por ahí.

Vamos por partes.

Lo primero es recomprobar las fuentes. Sí, existe la novela y una película sobre ella llamadas ambas El Nombre de la Rosa (ése es el título, y no «En el Nombre de la Rosa» que hasta en citar el título me fallaban algunos de los que la prodigan, los muy inútiles).

El Nombre de la Rosa Umberto Eco 1983

Ésta es la edición de ‘El Nombre de la Rosa’ que yo tengo en mi biblioteca, la de 1983. Sí, ya sé, es bastante antigua. Creo que la compró mi difunto padre en El Círculo de Lectores, del que era suscriptor, si mal no me acuerdo.

Como podemos observar en la cita, ésta hace referencia a la novela porque dice: «El nombre de la rosa, Umberto Eco» (sic). No lo dice pero lo digo yo para completar, el año de publicación fue el 1980. Si hiciera referencia a la película, debería haber citado al director de la misma, que fue Jean-Jacques Arnaud y, ya por completar, el año en que se estrenó (1986).

¿Esa cita está en la novela?

No.

La cita original donde debería estar en la novela (páginas 379-381 de la traducción al castellano de Ricardo Pochtar para la Editorial Lumen y Ediciones de la Flor, del año 1992):

-Pero ahora dime –estaba diciendo Guillermo-, ¿por qué? ¿Por qué quisiste
proteger este libro más que tantos otros? ¿Por qué, si ocultabas tratados de
nigromancia, páginas en las que se insultaba, quizá, el nombre de Dios, sólo
por las páginas de este libro llegaste al crimen, condenando a tus hermanos y condenándote a ti mismo? Hay muchos otros libros que hablan de la comedia, y también muchos otros que contienen el elogio de la risa. ¿Por qué éste te infundía tanto miedo?

-Porque era del Filósofo. Cada libro escrito por ese hombre ha destruido una
parte del saber que la cristiandad había acumulado a lo largo de los siglos. Los padres habían dicho lo que había que saber sobre el poder del Verbo y bastó con que Boecio comentase al Filósofo para que el misterio divino del Verbo se transformara en la parodia humana de las categorías y del silogismo. El libro del Génesis dice lo que hay que saber sobre la composición del cosmos, y bastó con que se redescubriesen los libros físicos del Filósofo para que el universo se reinterpretara en términos de materia sorda y viscosa, y para que el árabe Averroes estuviese a punto de convencer a todos de la eternidad del mundo. Sabíamos todo sobre los nombres divinos, y el dominico enterrado por Abbone, seducido por el Filósofo, los ha vuelto a enunciar siguiendo las orgullosas vías de la razón natural. De este modo, el cosmos, que para el Areopagita se manifestaba al que sabía elevar la mirada hacia la luminosa cascada de la causa primera ejemplar, se ha convertido en una reserva de indicios terrestres de los que se parte para elevarse hasta una causa eficiente abstracta. Antes mirábamos el cielo, otorgando sólo una mirada de disgusto al barro de la materia; ahora miramos la tierra, y sólo creemos en el cielo por el testimonio de la tierra. Cada palabra del Filósofo, por la que ya juran hasta los santos y los pontífices, ha trastocado la imagen del mundo. Pero aún no había llegado a trastocar la imagen de Dios. Si este libro llegara… si hubiese llegado
a ser objeto de pública interpretación, habríamos dado ese último paso.

-Pero, ¿por qué temes tanto a este discurso sobre la risa? No eliminas la risa eliminando este libro.

-No, sin duda. La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra
carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho. Incluso la
iglesia, en su sabiduría, ha permitido el momento de la fiesta, del carnaval, de la feria, esa polución diurna que permite descargar los humores y evita que se ceda a otros deseos y a otras ambiciones… Pero de esta manera la risa sigue siendo algo inferior, amparo de los simples, misterio vaciado de sacralidad para la plebe. Ya lo decía el apóstol: en vez de arder, casaos. En vez de rebelaros contra el orden querido por Dios, reíd y divertíos con vuestras inmundas parodias del orden… al final de la comida, después de haber vaciado las jarras y botellas. Elegid al rey de los tontos, perdeos en la liturgia del asno y del cerdo, jugad a representar vuestras saturnales cabeza abajo… Pero aquí, aquí… -y Jorge golpeaba la mesa con el dedo, cerca del libro que Guillermo había estado hojeando-, aquí se invierte la función de la risa, se la eleva a arte, se le abren las puertas del mundo de los doctos, se la convierte en objeto de filosofía, y de pérfida teología… Ayer pudiste comprobar cómo los simples pueden concebir, y realizar, las herejías más indecentes, haciendo caso omiso tanto de las leyes de Dios como de las de la naturaleza. Pero la iglesia puede soportar la herejía de los simples, que se condenan por sí solos, destruidos por su propia ignorancia. La inculta locura de Dulcino y de sus pares nunca podrá hacer tambalearse el orden divino. Predicará la violencia y morirá por la violencia, no dejará huella alguna, se consumirá como se consume el carnaval, y no importa que durante la fiesta se haya producido en la tierra, y por breve tiempo, la epifanía del mundo al revés. Basta con que el gesto no se transforme en designio, con que esa lengua vulgar no encuentre una traducción latina. La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Pero este libro podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría. Cuando ríe, mientras el vino gorgotea en su garganta, el aldeano se siente amo, porque ha invertido las relaciones de dominación: pero este libro podría enseñar a los doctos los artificios ingeniosos, y a partir de entonces ilustres, con los que legitimar esa inversión. Entonces se transformaría en operación del intelecto aquello que en el gesto impensado del aldeano aún, y afortunadamente, es operación del vientre. Que la risa sea propia del hombre es signo de nuestra limitación como pecadores. ¡Pero cuántas mentes corruptas como la tuya extraerían de este libro la conclusión extrema, según la cual la risa sería el fin del hombre! La risa distrae, por algunos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios. Y de este libro podría saltar la chispa luciferina que encendería un nuevo incendio en todo el mundo; y la risa sería el nuevo arte, ignorado incluso por Prometeo, capaz de aniquilar el miedo. Al aldeano que ríe, mientras ríe, no le importa morir, pero después, concluida su licencia, la liturgia vuelve a imponerle, según el designio divino, el miedo a la muerte. Y de este libro podría surgir la nueva y destructiva aspiración a destruir la muerte a través de la emancipación del miedo. ¿Y qué seríamos nosotros, criaturas pecadoras, sin el miedo, tal vez el más propicio y afectuoso de los dones divinos? Durante siglos, los doctores y los padres han secretado perfumadas esencias de santo saber para redimir, a través del pensamiento dirigido hacia lo alto, la miseria y la tentación de todo lo bajo. Y este libro, que presenta como milagrosa medicina a la comedia, a la sátira y al mimo, afirmando que pueden producir la purificación de las pasiones a través de la representación del defecto, del vicio, de la debilidad, induciría a los falsos sabios a tratar de redimir (diabólica inversión) lo alto a través de la aceptación de lo bajo. De este libro podría deducirse la idea de que el hombre puede querer en la tierra (como sugería tu Bacon a propósito de la magia natural) la abundancia del país de Jauja. Pero eso es lo que no debemos ni podremos tener. Mira cómo los monjecillos pierden toda vergüenza en esa parodia burlesca que es la Coena Cypriani. ¡Qué diabólica transfiguración de la escritura sagrada! Sin embargo, lo hacen sabiendo que está mal. Pero si algún día la palabra del Filósofo justificase los juegos marginales de la imaginación desordenada, ¡oh, entonces sí que lo que está en el margen saltaría al centro, y el centro desaparecería por completo! El pueblo de Dios se transformaría en una asamblea de monstruos eructados desde los abismos de la terra incognita, y entonces la periferia de la tierra conocida se convertiría en el corazón del imperio cristiano, los arimaspos estarían en el trono de Pedro, los blemos en los monasterios, los enanos barrigones y cabezudos en la biblioteca, ¡custodiándola! Los servidores dictarían las leyes y nosotros (pero entonces tú también) tendríamos que obedecer en ausencia de toda ley. Dijo un filósofo griego (que tu Aristóteles cita aquí, cómplice e inmunda auctoritas) que hay que valerse de la risa para desarmar la seriedad de los oponentes, y a la risa, en cambio, oponer la seriedad. La prudencia de nuestros padres ha guiado su elección: si la risa es la distracción de la plebe, la licencia de la plebe debe ser refrenada y humillada y atemorizada mediante la severidad- Y la plebe carece de armas para afinar su risa hasta convertirla en un instrumento contra la seriedad de los pastores que deben conducirla hacia la vida eterna y sustraerla a las seducciones del vientre, de las partes pudendas, de la comida, de sus sórdidos deseos. Pero si algún día alguien, esgrimiendo las palabras del Filósofo y hablando, por tanto, como filósofo, elevase el arte de la risa al rango de arma sutil, si la retórica de la convicción es reemplazada por la retórica de la irrisión, si la tópica de la construcción paciente y salvadora de las imágenes de la redención es reemplazada por la tópica de la destrucción impaciente y del desbarajuste de todas las imágenes más santas y venerables… ¡Oh, ese día también tú, Guillermo, y todo tu saber, quedaríais destruidos!

Obviamente, se parecen como un huevo a una castaña.

«¿Y no podría ser que el que la escribió se confundiera con el diálogo de la película?»

Eso pensé yo mismo. Busqué la escena del diálogo en concreto en la película y si bien se parece algo más, la falsa cita es también un pastiche de frases de ese diálogo más algunas totalmente inventadas. Lo cual suma más aún a la infamia porque, recordemos, que la cita falsa hacía referencia a la novela y no a la película. O sea, una cita falsa atribuida a una novela, sacada también de manera falsa… de una película sobre esa novela.

Con dos cojonazos.

https://www.youtube.com/watch?v=s8_fV8F35qE

Cómo me recuerda todo esto a esa gente que te dice: «sí, claro que sí, yo me he leído la novela (o la obra), jijiji… Está genial, jijiji» y cuando te hablan de ella se nota que te están hablando de la película.

«¿Y tú, cómo te diste cuenta de que la cita era falsa desde el principio?»

A eso vengo con la redacción de esta entrada: a enseñar a ser escéptico, a tener espíritu crítico, perfeccionismo y buenas maneras en la lectura.

Lo primero es que hay que haberse leído la novela y haber visionado la película, obviamente. Me he leído la novela dos veces y he visto la película, una vez.

Más de uno que me lea se estará diciendo: «me niego a creer que te supieras todo ese tochaco de texto de la novela de memoria». Ni de coña, por supuesto. Pero lo que sí se me tiene que quedar claro como objetivos mínimos de lectura de una obra, la que sea, es el estilo de la misma y al menos un esquema del argumento. Que se me quede en la memoria lo que caracteriza a esa obra, lo que la hace diferente, en lo que destaca, lo que la hace genial (o no), etc. Y si algo caracteriza a El Nombre de la Rosa como obra literaria es que contiene unos diálogos larguísimos y densísimos, muy interesantes, sobre materia (principalmente escolástica) medieval. Uno termina de leer la novela y te sabe diferenciar un dominico de un benedictino de un franciscano; te enteras de la polémica dentro de la Iglesia Católica sobre la pobreza espiritual en el siglo XIV y hasta por qué estaba mal vista la risa entre algunos sectores eclesiásticos de la época.

O debería.

Si te quieres enterar de lo que dice la novela, tú no la puedes leer de refilón, en diagonal, en media tarde. Es una obra de lectura lenta, sosegada y por qué no decirlo, no apta para públicos que no tienen un mínimo de cultura específica…

…ni capacidad de memorización.

La cita huele a falsa ya desde el primer momento en que se la encuentra alguien que haya leído la novela porque… coño, es que es muy corta, algo impropio totalmente del estilo en el que está escrita. Los diálogos en la obra y más, los de índole escolástica, como al que hace referencia, son extensísimos.

Y a mayor abundamiento y relacionado con la capacidad de memorización. Tú no puedes llamarte «fan» de una obra cuando no eres capaz de diferenciar la novela de la película ni la conoces tan siquiera en mediana profundidad. Porque (y aquí viene otro zasca) me niego a llamar «fan de El Nombre de la Rosa» al que se haya tragado como dice en la falsa cita que Jorge de Burgos era el abad o el exabad (que también me he encontrado citas que decían que era el antiguo abad).

Jorge de Burgos era el antiguo bibliotecario hasta que se quedó ciego (luego lo fue Malaquías, aunque Jorge mantenía una especie de posición no oficial como exbibliotecario). Por eso sabía de todas las obras que había en la biblioteca, el codiciado texto sobre Aristóteles incluido, se conocía todos los mecanismos y los acertijos, y se podía mover por el laberinto de la biblioteca rápidamente incluso estando ciego.

Jorge de Burgos jamás fue el abad. De hecho, eso es parte de la trama. Porque en la novela se especifica que los monjes tenían el acuerdo más o menos formal de que el que llegara a bibliotecario, sería nombrado abad al fallecimiento del vigente… Y con Jorge hicieron una clamorosa distinción (intrigas secundarias internas del monasterio aparte como que preferían a un italiano antes que a un extranjero como Jorge, que era castellano) que llamó la atención del protagonista investigador, Guillermo de Baskerville pero que en un principio se lo atribuyó al hecho de que se hubiera quedado ciego. Durante los sucesos de la novela, el abad era Abbone (o Abo) da Fossanova y, antes de él, otro italiano, Paolo da Rimini.

«¿Para qué iba alguien a inventarse o deformar una cita sobre una novela?»

Pues mira, te lo digo rápido:

-El hecho de que hayan confundido novela con película.

-Que la cita cuadra más con la película que con la novela.

-Que la hayan acortado hasta lo imposible para resumirla y hacerla más espectacular…

Todo ello me indica que se la ha inventado un «postureta» que quería quedar de guay, muy culto él o ella hablando de la novela de El Nombre de la Rosa pero al que la cita original… no le «cabía» en sus redes sociales o quedaba demasiado larga para que fuera «viralizable» o, simplemente, visible para los cortoplacistas gustos actuales de los internautas; uno o una que se había visto la película pero no la novela y quería hacerse pasar como lector de ésta. Uno o una que deformó y falsificó la cita adrede, por su interés, no con una buena intención.

Es decir, no estoy tan cabreado con la falsificación de la cita en sí porque, a fin de cuentas, su contenido no entra en lo dañino como sí pudiera hacerlo una falsa cita sobre Ciencia o Salud como con todo lo que conlleva el haberlo hecho.

Y ahora viene oh, sí, la bronca.

Dedicado al que lo hizo (y en buena parte a los que la han dado por válida): mira, me cago en todos tus muertos más frescos, así de claro te lo digo.

Me tenéis hasta los cojones no ya con el tema de que mintáis sobre las citas sino por el hecho de que mintáis POR NO SABER LEER. Leer no es sólo «juntar letras» rápido y ya, es saber extraer y comprender el significado de un texto y poder reproducirlo, explicarlo y transmitirlo (a otro).

Me tenéis hasta los cojones con querer escribir o leer cuatro renglones.

Me tenéis hasta los cojones con el resumen, el cortoplacismo y la falta de esfuerzo, con quererlo todo aquí y ahora, ya, deprisa, que me ofendo.

Me tenéis hasta los cojones con estar obsesionados con las redes sociales y con el todo vale por el like o el retuiteo.

Me tenéis hasta los cojones con el postureo no refrendado, no demostrado, en las redes sociales. No, no todo vale. Tú puedes presumir de tener un yate y de tener cultura si los tienes. Si no, no te lo consiento. Y humillación p’alante que te vas a llevar por mi parte si compruebo lo contrario.

Me tenéis hasta los cojones con que os consideréis un fan de lo que sea sin tener derecho moral a ello ni poder demostrarlo. La característica fundamental, definitoria, de un fan es su obsesión con y admiración hacia el tema en concreto. ¿Y cómo sabemos que es obsesión y no mero interés? Por el conocimiento sobre el mismo, que llega hasta el punto de saber mucho más que un lego en la materia, incluso información secundaria, no útil, etc. Si te has creído esta cita falsa sobre El Nombre de la Rosa eso demuestra no ya que no eres un fan… sino que NO te has leído bien la novela (ni le has prestado atención a la película, ya puestos).

Me tenéis hasta los cojones con no ser escépticos, no recomprobar las cosas y tragaros cualquier mierda que os encontréis por internet, especialmente las magufadas.

Me tenéis hasta los cojones con vuestra pésima cultura general. Sí, la de los que presumen de leer mucho.

Me tenéis hasta los cojones, en resumen.

Y no, «no tenéis derecho a decir lo que os dé la gana». Ni por ahí os vais a poder escapar. El empleo de citas, sí, incluso en internet, está regulado a nivel europeo y si bien es cierto que a nivel coloquial como es este caso se tolera, NO se permite a nivel institucional.

La directiva 2001/29/EC del Parlamento europeo y del consejo del 22 de Mayo de 2001 sobre la armonización y buen uso de las citas con respecto al copyright y derechos relacionados en la sociedad de la información, reflejan las normas para una correcta utilización y un uso justo de las citas para los medios de información y los ciudadanos de la Unión Europea:

Official Journal L 167 , 22/06/2001 P. 0010 – 0019

Uno de los requisitos para el correcto empleo de citas es, precisamente, su literalidad. Deben ser textuales, esto es, fieles a los que el autor dijo en su momento. Que no varíen las palabras originales. El cambio de un artículo o de un verbo puede hacer cambiar totalmente el significado y la intención del autor de la cita. Y eso no es justo: a ninguno nos gustaría que tergiversaran nuestras palabras y nos citaran diciendo que somos unos asesinos con las manos manchadas de sangre, ¿verdad? Normalmente, el autor de la cita no está aquí para leernos y echarnos en cara lo mal que interpretamos sus palabras.

Si esta falsa cita hubiese sido empleada en un contexto oficial o jurídico, su autor (e incluso muchas veces sus propagadores) serían susceptibles de estar sujetos a sanción. Que no es el caso pero que lo sepáis porque aunque parezca que no, tiene su gravedad y lo señalo para meteros presión, para educar y que os acostumbréis a ser precisos y correctos en el empleo de citas. Y porque también trato de divulgar conocimiento práctico, y no quedarme sólo en la bronca por haberse tragado o divulgar una cita falsa sobre una novela.

Resumiendo: menos meme cortoplacista y más molestarse en averiguar si lo que vas a citar es auténtico o no antes de publicar o decir nada.

Espero haber servido de utilidad. Hasta la próxima.

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